De la serie: crudas verdades, esta.

Acompañada de: no fuimos cortados con la misma tijera y a cada uno lo hicieron en molde aparte. Así la vida, la reciprocidad exacta, no existe. Y me ha tomado 29 años y 5 meses entenderlo, masticarlo, y vivir con ello, sin alterar mi esencia: la esencia del haber nacido más que para recibir, para dar.

Es cierto que sembrar cosas buenas, seguramente nos va a dar buenas cosechas, y que la gratitud que otros pueden sentir hacia nosotros es real, y nos enriquece; nos hace sentir satisfechos, y suponer que estamos haciendo bien las cosas; pero más allá de ello, cuando vivimos esperando que esas cosas bonitas que hacemos por los demás, el amor que les damos, la alegría con que los saludamos en la mañanas y la emoción con la que celebramos su vida en la nuestra, se devuelvan exactamente igual hacia nosotros es cuando caemos en un constante interrogatorio del ¿Por qué no sucede así? ¿Por qué tengo que ser siempre yo quien te llame? ¿Por qué los demás no piensan en mi y en mi bienestar como lo hago yo por ellos? Y así una interminable lista que de bueno no tiene nada, y que hoy quiero contarles que por suerte he eliminado de mi panel de control, cosa que por el bien de todos y más por el de nuestro corazón y sonrisa, debería pasar.

Hace un par de años cuando un grupo de amigas a las que quería y con las que me divertía dejó de llamarme y buscarme para sus encuentros, caí en una cantidad de preguntas hacia mi, de lo que me faltaba para pertenecer a su espacio o de por qué simplemente no querían seguir compartiendo tiempo conmigo, ¿Qué había hecho o había dejado de hacer para que las cosas cambiaran? Si yo siempre “he sido buena muchacha”. ¿Y qué con eso? ¿Acaso el mundo está obligado a querernos porque seamos buenos? La verdad es que no, nadie está obligado a ello, no hay mandamiento, ni regla, para que todo lo que le damos a los demás tenga que volver a nosotros. Es un desprendimiento que como humanos debemos hacer a la hora de decidir querer a alguien, sonreír con alguien, o apostar por alguien. Nada más cierto que el libre albedrío, y no aplica solo para el amor de pareja, sino para todas nuestras relaciones. No des nada, si es para que vuelva.

Me demoré en entenderlo, si, pasé infinidad de días comprendiendo que nadie es responsable por aquello que no recibimos de vuelta; y con esto no me refiero a que alguien pueda hacernos daño; No! Obvio no! No herirnos es muy diferente a no querernos con la misma intensidad o con el mismo fervor y entrega que nosotros queremos a otros. Hay cosas que unos disfrutan más y hay otras que unos expresan más. Y hay otros, como yo, que solemos ser fuentes para los demás, que damos y damos y damos todo o partes de nosotros a los demás y eso nos llena, a veces incluso más que recibir. Y cuando estando del lado de aquel que da todo de si siempre, entiendes que deben llenarte los momentos que regalas y no los instantes en que recibes, ¡Te liberas! Porque entonces la vida deja de ser una sala de espera, en la que esperas que tus amigas te llamen para ir por un café, o que alguien te espere por horas cuando tu lo has hecho, o que te abracen tan fuerte como tu lo haces. Y aún así, en mi caso, y después de ver ir a miles de personas de mi vida, a quienes les di muchas cosas bonitas, eres más feliz; porque el amor no se hizo para guardarse bajo llave, ni para darlo por raciones, a ver qué tanto nos va a devolver el otro: quien no ama a plenitud, no está gozando el momento. Y el momento es lo único que tenemos seguro. Un segundo después ya no.

No des nada a los demás, si lo haces para que algo vuelva a ti; no te quedes esperando que el amor sea un boomerang y que algún día alguien va a llegar para llenarte. El único amor que das y que vuelve tal como lo das, es el que te das a ti mismo. Lo demás es un estilo de vida, en el que es más importante sentirnos luz, que recibirla.

No sé si solo soy un corazón que anda hablando feliz porque está contento, pero si se que está contento porque sabe que solo de él depende mantenerse despierto, completo y abierto a quien quiera venir, conocer y por qué no, quedarse. ¡Aquí si hay cama pa mucha gente!

Querámonos sin esperar un yo también y van a ver qué livianitos andamos.

Los quiero! Punto.