Hace poco alguien me preguntaba cómo hacía para sacar adelante cosas, incluso en esos días difíciles en los que parece que el mundo se ha confabulado en tu contra, te molesta todo, y no tienes ganas de conquistar ni a los demás, ni tus sueños. Y mi respuesta, muy diferente por cierto a lo que supongo que esperaban oír de mí, fue: Me dejo ser, dejo que lo que me duele, o me agota, o me perturba, simplemente se sienta y se tome su rato para atravesarme. No me gusta obligarme a estar bien, no me gusta pretender que todo siempre está bien, no me nace pintar sonrisas sin raíces, ni empujarme hacia resultados de procesos que forzando no disfruto y que justo por no disfrutarlos, no tendrán seguramente el mejor de los resultados.

Me dejo caer, comprender que como cualquier máquina agotada hay que detenerse a tanquear, resetear, desconectar, apagar.

No puedes pretender que la vida sea una linea recta y que nada de ti se altere de un día a otro, o de una tarea a otra, o de un sueño a otro. Así que por lo mismo no deberías ordenarte tener días idénticos uno tras otro, porque eso si te digo la verdad es muy diferente a estar realmente vivo.

La noticia maravillosa es que normalmente después de una de esas etapas lentas, silenciosas, a veces hasta dolorosas; llega una especie de primavera porque empiezas a valorar muchas cosas y después de descansar, la mente y el alma vuelven a regalarte lo mejor de sí para que arranques otra vez con la parte  que más disfrutas de la vida: los días en que le sonries naturalmente a las cosas, en que tienen ganas de devorarlo todo, de hacerlo posible, de sacarlo adelante, de dar abrazos, de brindar, de elevarte.

Bien dicen que pocas veces vemos en las fotos los momentos tristes, pero no es porque no existan, sino porque preceden los más alegres y esos son los que atesoramos para recordarnos siempre cuando la vida nos está sonriendo y nosotros le sonreímos de vuelta.

Somos vulnerables, estamos expuestos, somo historias sin libretos, películas que se van rodando a diario, cuentos que nadie tiene escritos, corazones sin instrucciones, días de 24 horas sin repeticiones, somos la parte del mar que no reconoce su orilla, porque vivimos buscándola, y esa búsqueda no es un camino recto, ni fácil, ni siempre turbio, ni siempre claro; es un camino, y un oleaje que hace normal que un día te arrastres y al otro puedas volar.

Por esto es que cuando alguien me pregunta cómo me mantengo a flote y hago tantas cosas a diario, o saco tantas cosas de mi cabeza para materializarlas frente a mí y compartirlas con los demás, lo primero que viene a mi cabeza son las batallas que debes vivir para eso. No se trata simplemente de decidir algo, y que con decidirlo puedas asegurar que va a pasar como y cuando tu lo quieras.  Se trata de no olvidar ni el por qué, ni el para qué de las cosas, y que la satisfacción no está en quien llega primero, o a quien le toma menos tiempo llegar, sino quien se disfrutó más el camino y sin importar los cambios repentinos de ánimo en la vida siempre supo levantarse cuando el cuerpo estaba listo para seguir adelante.

Nuestro gran paraíso al estar vivos, no son realmente las cosas que conseguimos, o los triunfos que acumulamos, creo incluso que no son tampoco los sueños qué hacemos realidad; y perdón si con esto daño alguna idea que tengan de la felicidad o del éxito en la vida. Pero con los años he aprendido que más allá de todo esto, la magia y el placer están en aprender a mantenerse a flote, a conocerse de forma tal que no tengamos miedo de caernos, de estar en el piso un tiempo y volver a levantarnos, no para cambiar de rumbo sino para seguirlo intentando.

En el paraíso que somos llueve, hace un calor que te gusta y otro que te sofoca, hace frío que te hace sentir solo, y también el frío que disfrutas en compañía.  En el paraíso que somos nacen flores y otras se marchitan, vienen personas amables y otras no tanto de visita, reímos con las tripas y a veces porque nos toca, cosechamos lo que sembramos y a veces simplemente lo perdemos, nadamos con la corriente y a veces en contra de ella, pero estamos siempre moviéndonos, fluyendo, manteniéndonos a flote, entendiendo que estar vivos no es una canción que te aprendiste y ahora cantas siempre en la misma nota, sino que muy por el contrario, vivir es un subidón que no frena, donde un día eres la flor y otros la tierra, pero siempre tienes chance de  seguir escribiendo tu vida a tu manera.

Todos mutamos, nos alejamos de nosotros un día, y al siguiente volvemos a reconocernos, todos lloramos, (porque nos debemos permitir llorar), todos reímos a carcajadas y sufrimos de resaca. Cambian nuestros días y con ellos nuestro ánimo, nuestra energía, pero nuestra tarea es eso que nunca se nos olvida, que nos hace ser nosotros pase lo que pase en nuestra vida, y es la que nos hace despertarnos con una pregunta que contestarnos todos los días, y ese, es el verdadero motor de la alegría, mantener vivo en nosotros un deseo eterno por responder algo, por conocer algo, por vivir algo, por mantenernos a flote. Algo como la película del náufrago de Tom Hanks, que decide dejar finalmente la isla para encaminarse a buscar nuevamente la vida: casi nunca sabes si vas a lograr algo, pero no te quedas con el deseo de intentarlo y sales a flotar en altamar.

Flotar que es otra forma de volar, y por sobre todo, de amar, a ti y a quienes te rodean, que quieren siempre verte avanzar.