Hace varios años, muchos, para ser exacta, yo también tuve una tuza de esas que amenazan con matarnos, y al poco tiempo una crisis emocional de las que nadie tenía la receta para sacarme, al menos nadie que me rodeara. Y tuve que pedir ayuda, y huir, y oírme y oír a aquellos que quizás podían ayudarme. Hace varios años, esta sonrisota que traigo hoy puesta, fue diagnosticada con depresión. Pero no por amigos que te ven y te dicen, oye estás como deprimida, o por mi misma diciendo: estoy deprimida. No. Hace varios años un médico me lo dijo y me explicó que era algo que ocurre químicamente, y que mi cuerpo había dejado de producir serotonina, la hormona que da felicidad. Y me explicó también que no tenía nada de qué sentirme avergonzada y que aunque él fuera un pisquiatra y yo tuviera que ir a verlo cada semana, yo no estaba loca, yo quería curarme. Y así fue, yo trabajé en cuidarme, y cuando pensaba en todas las cosas que me habían llevado a ese estado leí una pregunta que me impactó y que incluso hoy en día a veces me hago cuando me siento triste por algo, para salir del hoyo negro antes de entrar a él: ¿Esto que me duele tanto hoy va a seguirme doliendo en cinco años?
Las letras que quiero regalarles hoy con toda mi sinceridad, con mi alma abierta, y mis deseos de acercarme más a ustedes diciéndoles cuán a fin estoy con las mil preocupaciones y tristezas que me comparten a diario, las escribo porque son la forma que encontré para contarles que vengo del más allá, y que soy sobreviviente de una de esas épocas en las que no entiendes por qué la vida te está doliendo tanto, y volví mucho más fuerte, tanto que puedo escribir, sonreír y decirles: Esto también pasará. Eso también lo viví, eso lo experimenté y siempre que haya un chance de levantarse al otro día a hacer por nosotros, eso que nadie más va a hacer por nosotros, hay esperanza.
A todos nos duelen muchas cosas, a todos nos inquietan muchísimas más, todos tenemos listas interminables de preguntas que la verdad, puede que nunca nadie conteste, ¿Y les digo algo? No pasa nada si nunca nadie las contesta, no hay obligación de saberlo todo, ni de entenderlo todo, y mucho menos de controlarlo todo. Ese deseo incontrolable de tener la razón y de ser super héroes, es lo que al final nos termina cobrando todo y nos enceguece tanto que hasta nos perdemos del amor de quienes si se quedan con nosotros en las tormentas, y lo bonito que es estar vivos para contar como salimos de ellas.
Ningúna tormenta es más fuerte o más peligrosa que otra, y eso lo aprendí de una amiga a la que quiero muchísimo y que seguramente leerá esto:
Un día en una de nuestras conversaciones hermosas me puse a llorar porque estaba bastante triste por algún amor que no resultaba, mientras ella estaba atravesando una quimioterapia. Y en un momento me detuve y le dije:
¡Perdóname! ¡Yo llorando por bobadas mientras que tu estás viviendo esto!
Y ella angelical como siempre me dijo: No hay tristezas pequeñas. No las hay. Cada quien es un mundo, y cada mundo tiene sus incendios.
Y así es, y así lo he aprendido a aplicar en la vida y a regalárselo a otros. Me gusta mostrarle a quien llora, las cosas lindas que tiene en la vida y por las que debe levantarse, para animarlo a resucitar, pero nunca freno sus deseos de llorar o por qué no, sus días negros. Siempre puedes dejarte tener días negros, pero tienes que saber cómo salir de ellos, porque de ahí nadie más que tu puede sacarte. Con decisiones, con amor por quienes te rodean y con la plena certeza de que la resurrección si existe, y que ese dolor también pasará.
Siempre que puedas levantarte, darte un baño que dure horas, oír tú música favorita, llamar a algún ser querido y hacer algo que te rete a crecer, hay motivos para estar bien, y si no para ponerte instantáneamente bien, al menos para prometerte que estarás bien, porque de esta sales porque sales.
¿Cuántas veces hemos salido de cuántos túneles? ¿De cuántas tristezas que casi nos matan nos hemos reído?
Muchas veces yo si me devuelvo a mis años difíciles (Y eso que nadie sabe los que me falten, pero ya salí una vez de ellos, así que por qué no salir de nuevo) y me devuelvo a ellos para sentirme agradecida, para mirar al espejo y decir ¡WOW! ¡Qué brillante eres niñita! Cómo saliste de esa cuevita que tu cuerpo había creado, y hoy los demás te dicen que les sacas una sonrisa con tus inventos.
Es curioso, pero funciona mucho, acordarse de otros malos ratos que en algún momento fueron los peores, y pensar…Yo pude salir de eso, puedo salir otra vez. Si esa tristeza se transformó, esta de hoy también, porque estoy vivo, y porque tengo planes, y porque me lo merezco y se lo merecen quienes me aman.
Este es un artículo que quiere decirles dos cosas que parecen opuestas, pero van de la mano si las miran como los invito a mirarlas:
Uno, date permiso de estar triste, de no saberlo todo, de no ser invencible, de llorar, de quejarte, de sentir dolor y de no comparar tu dolor con otros. A todos nos duelen muchas cosas, y a todos nos duelen diferente. Puedes estar triste, pero busca siempre estar tranquilo, porque con tranquilidad es más fácil salir de cualquier lugar al que entres. Camina liviano, sin culpas, sin hacer ni hacerte daño, y verás que así toda tristeza pasa mejor.
Dos, sal de ahí, tú no eres lo que te pasa en la vida, sino lo que haces con lo que te pasa. Sal de ahí porque quienes te aman te están esperando, y quienes te aman más todavía, quizás están ahí abajo contigo hasta que salgas. ¡Resucita! En la vida vas a quebrarte una infinidad de veces, pero siempre va a amanecer, y vas a poder salir al sol, y dejar que te encandelille los ojos. Y después de resucitar por enésima vez, vuelve del más allá y aprende, para que cuando vuelvas a sentirte quebrado por algo, puedas respirar y decir tranquilamente: Esto también pasará.
“Quien te quiere de verás, te quiere con tu luz, y te presta la suya si te falta.”