Esta vez estoy escribiendo para mi, cómo si escribiera en un diario, pero ya que hemos descubierto juntos que tenemos muchas cosas en común, no dudé en dejar esto que estoy tratando de aprender e interiorizar, aquí plasmado para que cuando alguien nuevo venga a querer saber algo de mi, realmente lo sepa.
Esta vez quiero hablar de mis cargas, si, esas que quizás son las que me tienen jorobada; porque nada es más cierto que eso que hemos oído siempre y es que la mayoría del tiempo en la vida andamos cargando más peso del que deberíamos. L
La maleta de mano, la de rueditas, la tula, las que nos piden llevar los demás, las que llevamos ¨por si las moscas¨ y hasta las que alguien nos dejó un día y no regresó por ellas. ¡Qué difícil que es viajar liviano por la vida!
Qué difícil que resulta desprenderse de lo que queremos, de lo que los demás quieren y esperan de nosotros, de lo que queremos que los demás hagan por nosotros, y hasta de eso que sólo nosotros podemos hacer por nosotros. De lo que debería ser y no fue, de lo que pudo ser, de lo que quisiéramos que fuera, de lo que nos trasnocha y lo que nos hace levantarnos ilusionados todos los días para seguir luchando por ello. ¡Qué maletas tan pesadas con las que uno decide seguir el viaje cada mañana! ¡Y qué afortunados resultan quienes han ido aprendiendo a soltarlas! ¡Sí! Esta vez quiero hablar del arte de soltar, de dejar ir, dejar pasar.
Yo, que soy la mujer más aferrada y guerrera por lo que me propongo en la vida, y que quiero siempre animarlos a no desfallecer y llegar siempre a la meta. Hoy, quiero hablar de soltar.
Soltar, que es todo lo contrario, pero ¿Saben qué? También te salva. Te duele, te frustra, te hace cuestionarte un millón de veces, pero estoy segura que también te salva. Es más, creo que quienes saben soltar y de verdad logran interiorizar esas frases de ¨todo en la vida pasa como tiene que pasar¨, y que ¨lo que no es para uno es porque vienen cosas mucho mejores¨, son quienes están mucho más cerca de la verdadera felicidad. Porque han logrado leer la vida y comprender que una cosa es que luchemos por todo lo que soñamos y amamos, y otra muy diferente es empezar a perdernos a nosotros mismos en esa espera de algo que nunca va a ser, y culparnos porque no fue.
Yo soy de esas que toda la vida se ha fijado metas y retos gigantes, y a la vez cuando los ha logrado nunca se ha detenido a decir: ¡Wow¡ ¡Qué bien lo he hecho, qué lejos he llegado! NO. Yo soy de las que cuando logra algo no se ha detenido a celebrarlo, sino por el contrario piensa de inmediato en qué es lo que sigue. El famoso ¿Y ahora qué? ¿Qué sigue? ¿Cuál es el próximo reto? Y así llevo veintinueve años, y créanme, varias veces me he quedado tiesa porque el cuerpo me ha pedido parar. Porque no puedo ser tan poco humana conmigo misma, porque si reconozco que los demás puedan equivocarse o pasar malos momentos, yo también debería dejar que Alejandra se equivoque, y debería dejar que aprenda a soltar una que otra maleta, que se regale un día sin tener que devorarse el mundo y que entienda desde el corazón y la conciencia que no va a lograrlo todo en la vida, y que por ello no es menos valiosa que los demás.
Yo, hoy, loca soñadora y entusiasta de la vida, declaro la importancia de aprender a soltar, a interiorizar que la vida es magia y que esa magia aunque necesita de toda nuestra intensión y esfuerzo para brillar, también necesita fluir, y que entonces todo aquello que nunca ocurre a a pesar de que hayamos hecho todo lo posible, es porque a lo mejor no es nuestro camino, y no necesariamente porque nosotros no seamos suficiente, sino porque es una maleta que no es nuestra.
Y no puedes quedarte cargando maletas que no sabes que llevan dentro. No puedes vivir arrastrando maletas pesadas sólo porque creías que ibas con ellas a alguna parte, cuando la vida se ha ido encargando de mostrarte que no es así, que aunque quisieras, tú y ellas no van al mismo lado.
Escribiendo esto, quiero regalarme y quizás regalarles a ustedes paz, quiero ayudarme a entender que no tengo que ser la persona perfecta que me sueño, que está bien si me rindo por una vez en la vida, que no voy a dejar de ser quien soy, que no importa lo que otros digan de mi, a mi o a otros, que no pasa nada si no soy monedita de oro, y que tengo que desprenderme de la perfección. Tengo que desaprender la cantidad de exigencias que le pongo a diario a lo que soy, porque nunca me he permitido flaquear, nunca, Alejandra ha soltado algo. Jamás. Y mi cuerpo si que sabe de eso. A veces, cuando duermo incómoda por algún dolor muscular sé perfectamente porqué me está doliendo y por eso sé que no puedo quejarme, porque como le dijo un médico a mi mamá alguna vez: Señora, perdóneme que le diga, pero la cura de su hija, está en el alma. Ya con medicinas no haremos mucho.
Y bueno.
(Silencio)
Esto de verdad parece mi diario. Parece que estuviera escribiéndoles desnuda, y sin temores.
Pero es que cuando estás en la tarea de aprender a soltar, hasta la maleta del miedo se empieza a volver un chaleco salvavidas.
La verdad es que no necesito cumplir con todo el universo de deberes que tengo mapeado en la cabeza, ni van a dejar de quererme quienes realmente me quieren porque baje la guardia por esta vez. Quienes se alejen de ti cuando estás en ese cuarto oscuro al que todos en algún momento de la vida entramos, no te merecen a la luz del sol, cuando estés alumbrando a otros.
Tú tampoco tienes que cumplir con toda esa lista infinita de cosas que tienes en la cabeza, ni tienes que tener la fuerza para devorarte el mundo todos los días, no tienes que amar la luz del sol cada vez que abres los ojos, no tienes que seguir todos los estereotipos ni la línea recta que parece que fuera la vida ideal en la que creces o creces, porque sino creces enloqueces.
No tienes que querer a todo el mundo, porque la verdad es que todo el mundo no va a quererte, y no todo el mundo va a creer en ti, y cuando esos que no crean en ti intenten convencerte de dejar de creer en ti, tienes que haber aprendido a soltar, a dejar que esas balas pasen, y a no dejarlas entrar en ti. Por más que ese fuera el camino que hubieras querido recorrer.
¿Han notado que hay mil formas de llegar a un destino? Bueno, así también debe funcionar la vida. Está bien y es lo correcto luchar y tocar puertas para lograr lo que queremos, pero si sientes que vas a tener que tumbar las puertas, y en ese proceso te estás haciendo daño: suéltate, suéltala, agárrate de las ventanas. La vida no viene escrita, no necesariamente tiene que ser por ahí, no podemos andar con el equipaje tan pesado. Y duele, duele en lo profundo sentir que al final dejamos que se nos vaya el tren en el que queríamos subirnos, entender que algo no va a ser jamás, y entender que no somos culpables por ello, que no somos menos por comprender que ese no era nuestro destino, y por destino me refiero a personas, relaciones, amores, amistades, empleos, sueños.
Todos en la vida somos emprendedores, créanme, cada uno en su mente tiene un sinfín de aspiraciones y vivimos pidiéndonos la excelencia a diario, y hay que seguir haciéndolo siempre, pero no olvidar que ¨Todo aquello que nos cueste la paz, es demasiado caro¨
Yo, hoy, loca soñadora y entusiasta de la vida, llevo varios días hablándome al oído, invitándome a bajarle a mis revoluciones, levantándome de donde nadie supo que he estado y dándome la mano para ayudarme a soltar, SI, a desprenderme de mis ambiciones porque me estaban nublando el presente, y no me estaban dejando ver a quienes de verdad me aman así, como soy, tal cual, la misma que escribe sin filtros y sin tapujos para que sepan que la vida tiene que dejar de ser una competencia.
Hay que correr y hay que batallar por lo que queremos, si eso siempre; y hay que aspirar a volar también. ¿Y saben qué es lo que realmente necesita uno en la vida para volar? Ir liviano.
Sin cargas de otros, ni propias. Las propias que son las más difíciles de abandonar porque muchas veces nos definen, pero viene bien oír al mundo de vez en cuando, y a los demás, y respirar, y entender que lo mejor de llegar a donde queremos llegar es llegar siendo nosotros mismos, embarrados, cansados, pero siempre nosotros, sin la necesidad de transarnos por nada, sin la necesidad de perdernos ni dejar que otros nos hieran. Porque la verdad es que somos vulnerables, y esa vulnerabilidad nos debería ayudar a entender cuando es hora de dejar ir eso que nos está costando tanto.
Qué fácil que resulta escribirlo y qué difícil que es ponerlo en práctica, pero démonos permiso de soltar todo lo que nos esté pesando tanto, porque todo ese equipaje que llevamos con nosotros debe ser nuestra armadura y no nuestra ancla, porque los sueños que soñamos y que no van a poder ser, nunca serán tiempo perdido sino serán recuerdos de pequeñas batallas, y porque no quiero que en el final de mis días la vida parezca un simple chequeo de pasos cumplidos, sino un montón de invaluables momentos en los que lo único que reinaba era mi sonrisa, la misma que sé que es luz para quienes me aman, y que nada, ni nadie, ni siquiera yo, debería apagar.