Toda la vida, y entiéndase por toda la vida, toda la vida, he sido el osito de peluche de cualquier lugar en el que estoy o grupo del que soy parte. Y no precisamente porque sea la más querida, o porque se la pasen de un lado al otro peleándose por mi, o por peluda ¿Por qué no? Pues no. La verdad es que lo he sido porque así nací; que es la respuesta más fácil que da uno cuando le preguntan que por qué es de una forma u otra; pero yo igual sigo contestando eso porque mi nivel de dulzura y de sentido de importancia del otro y humanidad son tan altos, que a veces hasta me han jugado en contra porque claramente en un mundo como el de hoy, una persona dulce que siempre piense primero en los demás, no se las va a ganar todas. Y yo claramente ni me las sé, ni me las he ganado todas.
Y muchas veces, antes, durante y después de muchas conversaciones he dicho: Caray, por qué no me hicieron un poquito más mala, con un pin de malicia, de “Yo soy lo más, tú eres lo menos”. Y obvio, nadie contesta.
Y nadie tampoco le enseña a uno a tener esa malicia de no dejarse de nadie, ni de ponerse por encima de todo, o más bien digamoslo en palabras que todos usamos: de ser medio arpía. ¿A quién no le han dado ganas de ser arpía alguna vez? Yo me atrevo a decir que todos hemos querido serlo, y que muchos lo han logrado, pero otros como yo, y a quienes quiero dedicarles este artículo, no hemos sido ni lograremos ser arpías jamás. Porque no nos inyectaron de eso. Así que mis queridos, nos tocó seguir viviendo empalagando de amor al mundo, y por eso aunque no ganaremos todas, ganamos muchas, porque la dulzura también tiene lo suyo.
Dentro del hecho de crecer como personas, se encuentra también el deseo de ver crecer a los demás, y generar empatía con ellos, saber que cada persona que nos rodea tiene a su alrededor otra historia como la que podemos tener nosotros, y que no nos está permitido juzgar sin haber sido parte de ella. Ni en la calle, ni en el trabajo estamos rodeados de máquinas. Antes que nada de lo que hagamos hoy en día en nuestras vidas, todos aquí somos humanos, y a veces en la mañana lloramos porque nos pegamos con la punta de la cama en el dedito chiquito del pie; y la dulzura hace que siempre, siempre arranquemos todo con un saludo cálido que seguro le hace mejor el día a los demás y a nosotros mismos; porque la felicidad es subjetiva pero siempre va a necesitar un ambiente cálido para mantenerse presente.
Y es cuando le entregas a los demás lo mejor de ti, porque te nace, y porque además te hace feliz, que empiezas a volverte un imán de buenas cosas, y un lugar en el que todos se sienten seguros.
Tener tiempo para oir a los otros, y oirlos atentamente, y entender sus porqués y actuar si es posible para que estén mejor, es otra de las cosas que la dulzura le permite hacer a uno, porque quien supone que es superior a otro, pocas veces se detiene, y yo me rehuso a creer que el éxito esté en la superioridad y no en la empatía. Antes, incluso tenía miedo de todas las cosas que iban a pasarme por no pensar primero en mi por sobre todas las cosas, y ojo que yo si pienso en mi, y me cuido, y hago cosas para ganar, pero nunca, nunca pasando por encima de otro, ni esperando que el otro se caiga.
Una flor se ve más linda cuando todas las flores alrededor florecen, y no cuando es la única que lo hace.
Pero ahora ya no tengo miedo, amo y disfruto el amor que siento por los demás, por verlos sonreír, por saber de sus vidas hasta donde me permitan llegar, por abrazarlos cuando lo permiten y por seguir siendo luz. Créanme que en un mundo hostil como el que vivimos, una persona dulce es luz, es luz y es faro, porque en cualquier momento de la vida todos van a querer llegar ahí. No es mentira que una sonrisa sea un arma contundente, ni que dar con guante blanco nos haga ganar batallas, en el trabajo, en el amor, en la familia, no es la suma de arrogancia la que termina en finales felices, siempre hay alguien que lleva la bandera de la dulzura, del amor por el otro y por una causa que nos haga ganar a todos.
No se equivocaron los Beattles cuando concluyeron que todo lo que necesitamos es amor. Amor por lo que hacemos, amor por quien esta sentado al lado nuestro, amor por nuestros sueños y por los sueños de los demás, amor por nuestra pareja, nuestros padres, nuestros amigos y hasta por los que nos han hecho pasar malos ratos. Porque un mal rato es eso, un mal rato. Pero la consciencia va siempre con uno, y por eso es mejor ir dejando azúcar en los otros. Porque somo siempre les digo: somos lo que dejamos en los otros.
Yo quiero ser recordada, y creo que todos, y si no todos, al menos la mayoría,
pero no quiero ser recordada como la más poderosa, la que se las ganaba todas; sino con la que todos querían pasar tiempo, la que los hacía felices, la que les daba alas, quiero ser líder, si, pero no esos líderes que sigues porque tienes que seguir o porque son poderosos desde la cohesión, sino esos líderes que inspiran, que sigues sin siquiera darte cuenta que sigues, y que nadie nunca te obliga a seguir, solo lo haces porque quieres y porque siempre tienen una sonrisa, un abrazo, y un “vamos juntos” de vuelta.
Y ese es el verdadero poder de la dulzura. ¡Todo el mundo come dulce! Así sea en medidas diminutas, como yo, pero uno en la vida necesita dulce, y necesita alguien que le suba el ánimo, que le chante un beso en la mejilla, lo abrace y le diga vamos pues. Un dulce que lo oiga y le responda: calma, que lo estás haciendo bien. Y si nos equivocamos, un dulce que responda: a todos nos pasa. La dulzura nos hace humanos no solo de carne y hueso, sino de piel, de emociones, de ilusiones, nos hace soñar bonito, pensar bonito, irradiar una luz bonita.
La dulzura también nos hace poderosos, porque el poder no es una pirámide a cuya punta solo llegan algunos, sino ese imán que hace que los demás quieran abrirse contigo, y oirte, y sonreirte, y decir: es que tiene un aura especial.
Hoy, entrando en los últimos seis meses de mis veintes, y supongo que a punto de vivir la famosa crisis de los 30, de la que les iré contando paso a paso; ya no quiero ser otra más fuerte o más “viva”, ni tengo miedo de ser yo por mucho que eso pueda costarme. He sobrevivido a mi manera, hay caminos que me demoro más en recorrer y otros en los que no me meto, porque a quienes nos gobierna el corazón nos cuesta más, pero vivimos muy bonito y por eso aquí sigo. Dejando que el amor gobierne y esperando a esos que quieran pasar tiempo a mi lado, porque encuentran gozo en ello, y a aquellos que me necesitan porque saben lo que tengo para ellos, y ser fer feliz y darles felicidad y llenarlos de la dulzura que tan dulcemente me heredó mamá, para siempre.