Si hay algo que agradecerle al tiempo, y a los años, y a esos chistes crueles sobre hacernos cada día más viejos y que cada vez el cuerpo nos aguanta menos, es la relación que ese tiempo, esos años y algunos daños que vamos acumulando nos permiten crear con nosotros mismos.

Recuerdo perfectamente las charlas que tenía conmigo misma a los 19, cuando mi gran enemiga era yo misma, y dependía por completo de los demás, de lo que dijeran, pensaran, creyeran, inventaran. Me acuerdo que me sentaba frente al espejo a verme simplemente y decirme: todo esto te pasa por no ser la más linda alrededor, porque si no fueras fea, otra sería la historia. Todas las otras son mejores que tú, y así te va a quedar muy difícil. Ay Dios, qué susto confesarles esto, pero así era, y fue por demasiados años. Mis charlas conmigo, eran ratos de sólo oír regaños, ofensas, reproches. No sé cómo soporté vivir conmigo cuando todavía no había entendido que ni las respuestas ni las soluciones las tenían los demás, sino yo; la misma con la que me la paso 24 horas al día, 7 días a la semana. Y justo esa yo de entonces tampoco había pensado nunca en que la única persona que realmente tenía si o sí que estar enamorada de mí, era yo misma.

Esta semana me desnudo un poco más ante ustedes, porque uno nunca sabe a quién pueden tocarle mis palabras, mi relato, porque quizás alguien todavía está viviendo lo que viví a mis 19 y otros cuantos años más. Es más, creo que mi relación conmigo misma empezó a mejorar hace no mucho, cuando empecé a enamorarme del hecho de ser diferente y decidí que mi propósito en la vida no era nada más ni nada menos que dejar huella; y que por esa sencilla razón la cosa no iba a estar fácil, pero todo iba a ser lo mejor posible si en esas charlas conmigo oía ese pedazo de mí que siempre me ha dicho: Créetelo, no necesitas que otros te lo crean, no te hace falta oír todo lo que otros piensan de ti ni que todos a tú alrededor te quieran, si te tienes a ti misma, la soledad ya no es un espacio negro sino el cuarto de tus sueños, donde sólo se dice lo que debe ser oído y donde soy realmente libre.

Hoy tengo charlas conmigo mientras me miro al espejo y ahora sonrío, me quejo a diario de mis ojeras pronunciadas, y de no tener el torso perfecto, pero ya me enamoré de mis dientes gigantes, tengo una cita conmigo todos los días mientras hago ejercicio, porque me olvido de todo, y oigo cosas que me inspiren, me oigo a mí misma, me contesto, me quiero. Una vez oí que si logras enamorarte de ti mismo, vas a saber lo que es el amor eterno, una relación que dure por siempre, la única relación en la que todo lo que das va a volver, y vuelve multiplicado en abundancia porque tú eres tu mejor inversión.

Ahora me doy golpecitos en la espalda, y me digo:

¡Wow! Qué bien lo hiciste hoy

¡Ojo! Hoy no lo diste todo.

Tranquila, ellos se lo pierden.

No necesito esto en mi vida y por eso no va a pasar.

Qué feliz me siento hoy, que bonita me veo, hay infinitas mujeres mucho más lindas, pero me conquisté a mi misma y qué bien se siente.

Nadie me contó nunca que cuando creces de verdad te das cuenta que la felicidad no está en los demás, sino en esa pequeña casita que construyes en tu cabeza, donde no todo es como quieres, pero todo lo que entra te hace bien. Dónde se planea la vida, se abre champagne cada vez que algo nos satisface y donde SI somos moneditas de oro, porque podemos protegernos de no dejar entrar a quien no quiere ser tocado por nuestra magia.

Mis charlas conmigo me hacen reír, llorar, sentir rabia, brindar, soñar, volar, caerme, me hablo en silencio y a veces en voz alta, me miro, me coqueteo me sonrío, y le regalo todo eso al que pase por mi lado, no puedes cambiarte de acera cuando ves a la vida venirte de frente; a ella tienes que abrazarla y darle las gracias porque darte el chance de conocer a la persona con quien eres más compatible y con quien tienes que si o si convivir todo el tiempo: tú mismo.

Háblense bonito, corríjanse más bonito todavía, siembren amor en ustedes como lo siembran en otros, y les juro que de algún lugar en la espalda, algún día, en un momento perfecto les van a brotar alas.