Solo con escribir la palabra “Adiós” se me hacen nudos en la garganta porque aunque es claro que la vida es un viaje con infinitas paradas, uno nunca logra volverse inmune a las despedidas. Nunca es fácil cortar un hilo de alguien o algo a lo que hemos estado unidos un tiempo; nunca nos produce alegría terminar de leer un libro porque es el fin de ese momento íntimo que disfrutamos con él, y aunque los finales suponen nuevos comienzos, a veces tienes que morir un poco para nacer de nuevo. Y con ese “morir un poco” me refiero a esa etapa en que entendemos las implicaciones de los adioses que damos.

Adiós a los recuerdos, adiós al presente, y peor aún, adiós a lo que habíamos planeado, soñado, pedido.

El adiós es un lugar en el que todo converge para terminar, y uno se queda ahí, en la mitad, sobreviviendo un rato, mientras que algo se nos ocurre y nos reinventamos, porque toda despedida requiere una nueva versión de nosotros mismos. Sea cual sea el lugar a donde vayamos, o incluso, si no nos vamos a ningún lado. Y con esto quiero hablarles del adiós como algo que no sólo tiene que ocurrir físicamente, en tomar distancia, en un abrazo que lo termine todo, o en la lejanía.

Hay adioses que ocurren simplemente en la mente y el alma, y esos también nos entristecen, pero al mismo, tiempo nos salvan.

A veces, muchas veces en la vida, después de haberlo dado todo de ti, y hacer lo mejor para volverte eterno, entiendes que hay lugares o personas en los que no deberías quedarte porque te estás apagando, porque no hay reciprocidad y porque la vida no se te puede ir esperando cosas que no van a pasar; así que aunque no te vayas, te vas. Y me encanta esa frase por más poco cuerda que suene,

Porque acuérdense siempre que no es lo mismo ir que estar presente, no es lo mismo ver que mirar a alguien, no es lo mismo oír que escuchar atentamente, no es lo mismo estar vivo que vivir.

No siempre nos despedimos de alguien que a su vez se despide de nosotros, muchas veces seguimos en los mismos espacios y ya hemos hecho nuestro proceso de decir “Adiós”, seguimos oyendo a los demás, seguimos estando ahí, pero hemos vivido nuestros procesos de dejar a un lado algunos planes, porque entendemos que para ellos necesitamos la complicidad del otro, y muchas veces ese otro no está.

Por eso tienes que aprender a decir “Adiós” a tiempo, tienes que aprender a perderle el miedo a los finales, tienes que dejar que la libertad que tienes de tomar decisiones te haga pelear siempre por ti, y pelear por ti también es alzar la mano para irte cuando ya nada es lo mismo, o quizás cuando nunca lo fue.

Nadie tiene porque vivir una vida en la que lo más común sea “Aguantar” o “Esperar”.

Y si a veces es momento de tener paciencia y esperar, deja que tu mente se despida, puedes hablar contigo mismo, puedes darte ánimos para desprenderte, para trabajar en que lo que pase alrededor deje de herirte y puedes vivir tus duelos a tu manera, porque muchos adioses van allegar a ti cuando menos lo esperas, y te va a doler; pero muchos otros tienes que traerlos tú, tienes que tomar la decisión de despedirte, y aunque nadie nos va a enseñar eso nunca hay cosas que siempre vale la pena tener presente para seguir adelante. Por eso quise dejar aquí cinco cosas que he ido aprendiendo con los años y que son claves a la hora de tener alguna situación en la que tengas que despedirte de algo o alguien, porque esa es la vida, un ir y venir, un mar, una ola.

1. Tienes que perder el miedo a lo incierto. Nadie va a asegurarte que lo que viene es mejor o peor, pero no puedes quedarte con la duda por ese miedo. Decir “Adiós” es de valientes, y aquí todos pretendemos serlo, así que seámoslo. A nadie se le pasa por la cabeza la idea de irse de algún lugar sin motivos, así que óyete, y no te quedes nunca con la duda.

2. Cuando alguien, en el momento que menos lo esperabas te dice “Adiós”, ya se había ido hace algún tiempo. Nadie se despide de un momento a otro, nadie se levanta un día con todos sus planes cambiados, así que déjalo ir. Ese “Adiós” te está liberando de algo que al final no iba a ser tan grande como lo soñabas.

3. No te hieras a ti mismo por despedirte de algunos planes. La vida no trae receta, decir “Adios” no significa desistir, significa tomar otra ruta. Nadie puede cuestionarte cuando decidas ”Tirar la toalla” De nada sirve un camino que no te lleva a ningún lado.

4. Por más que te hayan dolido las veces que te has despedido de personas, no dejes de querer a los demás, no le quites a tu corazón el permiso de enamorarse de nuevo por miedo a volver a decir “Adiós”. No te prives de vivir, y recuerda que cuando se está viviendo plenamente se está siempre en riesgo. Nadie tiene nada asegurado, pero eso no es motivo para dejar de apostar por ello.

5. ¡Llora por favor! Nadie con un corazón tiene un botón que haga fácil las despedidas. Nunca un “Adiós” será fácil, nunca vendrá envuelto en una sonrisa, ¡No tiene por qué! El “Adiós” fue creado para que todos sepamos que nada es eterno y que por eso todo, absolutamente todo hay que llevarlo al máximo, hay que quererlo al máximo, y hay que recordarles a los demás cuánto los quieres, porque hay adioses sin retorno, y esos no te pueden coger con palabras no dichas, ni asuntos pendientes, ni abrazos no dados.

Todos somos nómadas andando por la vida, todos nos apegamos y nos desprendemos de mil cosas con el paso de los días, los meses, los años. Somos nómadas en los rincones, en las esquinas, en infinidad de lugares, en algunos brazos, en algunas camas. Todos estamos siempre a la deriva, y estar a la deriva es ser conscientes de que a diario pueden llegarnos momentos en los que otra vez hay que decir “Adiós” y hay que salir vivos de ello por más difícil que parezca.

A mí, a esta niña de letras, el “Adiós” es de las cosas que más me duelen, y por eso he escrito y escribo tanto sobre las despedidas, porque la eternidad es muy linda, pero no es cierta. Porque siempre vamos a tener que volver a decir o a escuchar un nuevo “Adiós”, pero por eso hay que estar atentos al momento en que llega la hora de despedirnos, y hay que estar siempre en calma para entenderlo, para terminar la fiesta cuando ya no te gusta la música, para guardarte lo mejor de ti para otros que sí lo quieran, y para pararte de la mesa cuando el amor ya no es el plato que esperas.

La vida es una sola, y muchas veces tienes que decir “Adiós” para no negarte a vivirla.

“Ahora y aunque no estás, aunque parezca de todo el final, quedan caminos que andar”

Te perdono pero no se me olvida

Hay palabras que dices tantas y tan repetidas veces, tan del común, tan fáciles de pronunciar, tan llevables en la boca y en las frases, e incluso en los silencios. Palabras como: dulce, encanto, llanto, querer, perdón, olvido.

“Perdóname, no quería” “No sé si puedo perdonarte” “No sé cómo pedirte perdón” “No tiene perdón” “Lo mejor es que te olvides de eso” “Se me olvidó otra vez”

Y a veces las decimos tantas y tantas veces, que pareciera que se volvieran superfluas, cuando en realidad suponen una herida.

Si, una herida.

Un mal sabor, un daño, una ruptura de algo que normalmente consideramos valioso.

No le pides perdón a quien no quieres, no imploras olvidar a quien no quisiste.

Por esto es que la vida es una combinación casi perfecta de flores y espinas, en la que uno normalmente sabe que puede resultar herido, y otras veces simplemente se encuentra con espinas que no había visto antes, en otros, o hasta en uno mismo. Porque la verdad es que todos, alguna vez, e incluso a personas que queremos, hemos tenido que pedir perdón, hemos sido una espina, hiriendo, dejando marcas, dejando preguntas. Todos hemos recibido también un “Perdóname” o conocemos los “Perdóname” que nunca llegan, porque el otro no supo que nos estaba haciendo daño, o porque simplemente no le importó hacerlo. Y aunque haya mil formas de resultar heridos, y de herir a los demás, y de pedir perdón y de ver a alguien pidiéndonos perdón, y este sea un diario vivir que durará por siempre, porque nunca vas a ser intocable por las espinas, y nunca vas a dejar de tener tus propias espinas.

Hay algo que si puedes hacer para cambiar el proceso difícil del “perdón” sea el que tu pides o el que das; y es entender que cuando perdonas a alguien no lo haces por quien pide perdón, no lo haces para que ese otro esté bien o esté mejor, o se quede tranquilo porque vino, te hizo daño y se fue.

NO. El perdón es tu cura.

Es la forma que supone decidir seguir adelante sin ir acumulando cenizas dentro de uno. El perdón es un puente que te duele cruzar, pero es maravilloso al otro lado.

Si de verdad es solo una la vida que tenemos, qué vamos a querer nosotros ir acumulando sabores amargos. Créanme que he estado del lado de quien hiere y del lado del herido, y nada resulta más doloroso que ser quien deja la herida. Bueno, en corazones que todavía laten, porque quienes aparentan estar vivos y no sienten empatía por los demás, no deben saber nada de eso de causarle dolor a otros, porque nunca lo perciben. Yo sí. Y aunque han sido muchas más las veces que he resultado herida porque como les dije alguna vez soy un “corazón con patas”, he resultado siempre ganadora a través del perdón.

Porque el perdón no es algo que haces por los demás, es algo que debes hacer por ti. Por levantarte, por limpiarte, por darte paz, por no arrugarte, no amargarte.

De mi podrán decir infinidad de cosas, pero nunca que soy una persona amarga o amargada. Eso jamás, porque sé perdonar. Sé pasar las páginas y no dejarme consumir por el mal que otros puedan provocarme. La vida es un camino lleno de flores con espinas, no olviden eso. Y uno a veces tiene que decidir de qué flores se deja pinchar, y de qué flores definitivamente se aleja. Incluso si esas espinas son las que uno mismo trae, porque el perdón no sólo es algo que aplique hacia los demás, hay que perdonarse a uno mismo, hay que darse segundas y hasta terceras oportunidades, porque es más fácil caerse que vivir de pie, y es más fácil guardar que extender las alas. Y uno tiene que estar ahí frente al espejo diciéndose siempre:

“Está bien, quizás esta vez no fue, no lo hiciste tan bien, te equivocaste en eso, pero si sabes lo que quieres, vuelve a intentarlo y no repitas tus errores. Te perdono. Te amo. Estoy contigo.”

Y es así como termina uno dejando ligero nuevamente el corazón y la mente, porque perdonar es ganarse la libertad de seguir por el mundo sin rencores.

Y eso, es invaluable.

Ahora, todos hablamos de “pasar la página” y es en ese “pasar la página” donde aparece otro de esos pequeños engaños que se hacen las personas de vez en cuando, tratando de seguir adelante, pero sin ser sinceros con ellos mismos: Te perdono, pero “no se me olvida”. Y ese “no se me olvida” es tan difícil de combatir, de enterrar. Es más, yo creo que uno no puede pretender olvidar una herida, uno puede aprender a vivir a con ella, y no sacarla a la luz cada vez que siente rabia, pero no olvidar.

Creo que uno no olvida nada en la vida. Es más, le tengo pavor al olvido.

Dicen que sólo mueres realmente cuando alguien te olvida, y dice la canción: “Odio quiero más que indiferencia” Y el olvido es eso, un lugar oscuro donde nada te sirve, nadie te oye, nadie te rescata. Un lugar a donde llegan las cosas que no fueron importantes, donde duermen los amores a los que nadie les dio cabida, o las citas perdidas, las llamadas que nadie contesta, los mensajes que nadie responde, los planes que nunca fueron.

El olvido, muy por el contrario del perdón, no es la cura, es algo que no va a servirte para superar un dolor, porque no es cierto que vayas a lograr olvidar lo que te dolió o el por qué te dolió.

Nadie olvida algo que le fue importante, que le dio vida, que lo hizo feliz, que lo destrozó. Nadie.

Y no puedes proponerte echar al olvido lo que has vivido, no puedes trabajar en borrar recuerdos, porque nosotros somos justamente lo que recordamos de lo que hemos vivido, somos la suma de triunfos y derrotas, y uno tiene que aprender a vivir con sus recuerdos, y hacer que sean semillas y no rocas.

Además, ¿Alguien quisiera ser olvidado? ¿En serio? ¿Alguno de nosotros pide para que alguien olvide lo que vivió con uno? No creo, y si lo hacen, por favor, dejen de hacerlo. Solo procuremos ir dejando cosas lindas en los demás, así tengamos que despedirnos, así dejemos una que otra herida en el otro. Pidamos perdón, perdonemos, y aprendamos, pero no invoquemos al olvido. Nadie quiere caer en ese cuarto al que llegan arrumadas las cosas que no dejaron huella, ¿O sí?

Aprendamos a perdonar y a entender que nunca vamos a olvidar, pero que podemos tomar nuestras precauciones, que sabemos cuáles son las espinas que nos hacen daño, y que también siempre vamos a poder perdonar y no es obligación quedarse. Que esas son cosas completamente diferentes. Pero ninguna trae consigo el olvido.

Porque el olvido no es la respuesta, el perdón sí.

Todos estamos escribiendo una biografía, y suelo pensar varias veces al día, qué tanto quiero que diga la mía, cuántas espinas habré tenido que sacarme de la piel diciendo “Te perdono” cuando este cuento termine, y cuántas dejaré en los demás pidiéndoles perdón. Cuántas veces querré olvidarlo todo y cuántas veces le preguntaré a alguien con ilusión: ¿Te acuerdas de mí?

Pero la única respuesta que sigue viniendo siempre a mi cabeza es que cuando ya no esté quiero que todos digan de mi algo más que: era muy amable, siempre saludaba.