Desde muy niña he tenido siempre muy claro que siento pánico de pensar en un temblor. Sí, es como el rey de mis miedos si hablamos de una catástrofe. Siento que con un temblor no puedes correr y correr, e irte lejos a ver si todo se soluciona; y que el simple hecho de pensar que todos a quienes amo estén pasando por lo mismo pero yo no tenga el control para ayudarlos, me arrebata toda la tranquilidad y la capacidad de responder racionalmente.
Ahora, por suerte nunca he estado en un temblor de esos tan fuertes que te generen pánico; pero resulta que en el último año ha estado temblando siempre. Creo que para mí (y me atrevo a decir que es muy probable que para todos) se ha estado moviendo todo: lo que conocíamos como estable, lo que creíamos que nunca iba a pasar y que ahora estamos viviendo, los planes que aprendimos que no son seguros, la falta de abrazos, la falta de una parte de la vida y el descubrimiento de otra; las olas que nos han enseñado a nada en un mar que hace mucho no está en calma.
Eso mis querides, eso es un temblor.
Un temblor de esos que no duran segundos, o de los que te repones tomándote un agüita de manzanilla. Este temblor que aún estoy viviendo y que ahora vivo lejos de mi familia (porque mi temblor me llevó incluso a cambiar de país) es una de esas cosas que nunca tienes en el radar o para las que no existen manuales de supervivencia, pero que a la vez te hacen darte cuenta que estar vivo es muy diferente a vivir y que si hay algo que uno nunca puede dejar de hacer es aprender.
Quien pierde la voluntad de aprender y dejarse sorprender por la vida, muere un poco.
Hoy ya no recuerdo cuando fue el último día que me levanté sin preguntarme qué pasará con algo, o sin recriminarme por no hacer todo lo que tengo que hacer en el momento en que tengo que hacerlo. No tomo vacaciones hace más de año y medio y no sé cuando fue la última vez que un domingo no me generó ansiedad de pensar en que quizás esa semana que empieza si se darán todas las cosas que me imagino y todas las otras que dependen de mí. Porque ojo:
Las cosas que vivimos se dividen al final en dos grandes grupos: las que provocamos y las que llegan sin planear. (Pero que al final siempre tienen un poco de nosotros)
Mi vida se ha vuelto un poco un río de miles de preguntas que aunque no dejo que me gobiernen, si me empapan y a veces sin que me de cuenta pareciera que me ahogaran; pero la verdad es que sólo pareciera, porque así como les he contado en este blog de lo débil que he sido casi siempre en la vida, les tengo que contar que en este temblor descubrí que también soy fuerte, que sí puedo levantarme, reponerme, sacar adelante cosas y por sobre todo: quererme.
Quisiera que pensaran por un momento en días muy oscuros que hayan tenido, y que recordaran como se sentían y que después se vean ahora y digan: ¡Wow, sí, la verdad es que sí pude salir de eso!
Todos, absolutamente todos hemos atravesado mil temblores, a todos se nos ha movido el piso para mal y para bien muchas veces, todos hemos tenido pánico de algo que ahora que lo pensamos ya superamos; y es en los temblores en los que hemos descubierto quienes somos realmente y qué es eso que nos mueve.
En este gran temblor que han sido estos meses (ya un año la verdad) para mi vida, no solamente reiteré que estoy por casarme con el hombre perfecto para mí, sino que comprobé que lo mejor para mi salud mental es entender que de lo único que soy dueña es de 24 horas al día; no precisamente las de ayer, ni las de mañana: las de hoy. Soy dueña de este rato que estoy aquí sentada desnudandome en alma para ustedes y soy dueña de lo que decido hacer con las horas de luz que le quedan al atardecer, y a quien decido regalarle ese poco tiempo que al final tenemos para todo.
Soy consciente que podemos hacer de nuestra vida las historias que queramos contar, y que por más extraño que parezca, si podemos darle la vuelta a las cosas y aprender a fluir con ellas.
Vivir plenamente también es entender que no eres la piedrita que el río lleva, sino que eres el agua.
Es por esto que en este movimiento de todo, en estos cambios que nunca vi venir, en estas subidas y caídas, en estas pérdidas y ganancias en las que al final se resume la vida (porque tienes que estar listo para entender que normalmente no ganas algo sin tener que dejar ir algo); he decidido tener mejores conversaciones conmigo misma, he tratado (y digo tratado porque aún no lo consigo) de ser más compasiva conmigo, de comprenderme más, de darme más ánimos, de ser más paciente conmigo. De entender que no soy una máquina, que aunque no pienso detenerme tengo que aprender a oírme y tengo que vivir también el placer que te producen los dias que te regalas para no hacer nada que sea mirar al cielo y por qué no dar las gracias.
Mi vida se resume en días en que me siento gigante y victoriosa y días en que siento que se me está yendo la vida sin cumplir mis sueños (y creo, si me permiten, que alguien aquí leyendo esto también se ha sentido así); y es justamente esa la razón por la que quise escribir sobre los temblores.
Esos temblores en los que no tiembla la tierra sino la piel, y tienes miedo, y tienes preguntas y quisieras tener a todos a quienes amas cerca y protegidos, pero resulta que muchas veces te tienes solo a ti, tú y la conversación diaria que tienes contigo; y entonces entiendes que aunque nada en la vida está escrito hay caminos que no han sido hechos para que los caminemos nosotros, y hay otros que de un momento a otro aparecen en el mapa.
Porque como con las tormentas, nunca serás el mismo que empieza a sentir un temblor que el que agradece cuando termina.
Así que así he decidido verlo yo, dejándome temblar.
Pausada, un poco, con un ritmo de vida más lento, más en paz, más consciente de lo importante que es estar presente, y de lo poco importante que es todo aquello que puede decir o pensar la gente.
Tengo muchos planes, muchas tareas, muchas ideas, muchas cosas que resultan de mis deseos de comerme el mundo (porque el hambre siempre está conmigo) y que están un poco quietas porque justamente de este temblor no sabía nada y ahora resulta que se ha extendido y que me esta enseñando a vivir de nuevo.
Y lo más increíble de todo, es que me está enseñando a disfrutar el no saberlo todo, el no tener nada bajo control, el vivir al día, el hablar con las tripas, el soñar con la consciencia de lo imposible pero aún así sonreír y por sobre todo me ha enseñado la magia que trae darse tiempo de temblar, de tener dudas, de coser alas, de andar por la vida sin pretenciones extrañas y de creer que aunque todo sí necesite de nuestro esfuerzo también resulta que lo que ha de ser será.
Por esto, y porque sé que no soy la única que está temblando ahora, o que ha temblado, o quizás la única que temblará en su vida, te digo que seremos más grandes cuando pase el temblor, y saldremos de los cuartos en los que hemos estado escondides, y recuperaremos la fuerza, y volveremos recargades a reclamar todo eso que es nuestro.
Cuando pase el temblor la vida se verá como el cuento que todos quisimos leer algúna vez y empezaremos a entender que necesitabamos que el mundo se moviera para movernos nosotros.
Cuando pase el temblor, cuando las dudas sean pocas, cuando llegue otra vez la calma, la certeza, la magia de la fuerza y las armas para conquistarlo todo (porque las ganas siempre están, pero me ha faltado cabeza), ese dia, en los jardines serán infinitas las flores y mejor aún en nuestras cabezas habrá un nuevo cuarto donde guardemos todo esto que lo veamos ahora o no, nos está formando.
Por esto, porque la verdad es que nunca estamos solos en estos cambios bruscos que la vida nos plantea, hoy quiero que te dejes temblar, que si te sirve tiembles conmigo y que recuerdes que la real riqueza son las manos que van contigo.