A veces yo también me pierdo y me distraigo buscándome. Y me duelen cosas sin razón en esa búsqueda incesante, en ese deseo gigante de volver a encontrarme.

A veces yo también soy otra, me desconozco, me desajusto, como un instrumento que se desafina y que nadie que alrededor puede afinar. Como un aparato sin pilas, destartalada, congelada cuando me voy de mí parezco una puerta cerrada: nada se va, nada llega.

A veces no me reconozco, ni en la forma de mirar, ni en cómo me veo al espejo. Y me duele, como duelen las cosas que parece que no controlas, como duele lo que se va de las manos sin irse de la cabeza y la vida que detenida se te enfrenta. Cuando me voy de mí vivo batallas que pesan.

A veces me voy tan lejos que se pierde el regreso, y poco puedo hacer cuando ocurre. Poco más que sentarme a esperar, como en una sala de espera en la que no quieres estar pero te toca, esperar a volver a mí, o a dejar atrás lo que me hizo perderme. A veces me voy de mí, y cuando me voy de mí me enmudezco, parezco espectador de una película que no me gusta, que no entiendo. Una de esas de las que quieres cambiar el final.

Cuando me voy de mí parece que los días no tienen final, sobrevivo pero poco vivo, oigo pero poco comprendo, respiro pero no suspiro, camino pero no avanzo, no avanzo.

A veces no estoy y aun así los demás pueden verme, y siguen pidiendo que responda, que sonría, que ande bien, que enfoque la mirada. ¿Cuál mirada? – digo yo. Cuando me voy de mí, se van también mis ojos.

Y yo sigo ahí como si nada, tratando de hacerle frente a la vida que sin preguntar que quiero, simplemente pasa.

A veces, muchas veces, yo también me he perdido al perder otras cosas, y en ese camino por el que me pierdo, cuando me voy de mi es que entiendo, que no quiero irme de aquí, que no es momento de dejarme ir. Cuando me voy de mí comprendo que también me quiero, y espero volver, y salgo a buscarme en rincones que conozco, me hablo, me acaricio, me entiendo. Cuando me voy de mí, después de un tiempo me comprendo, me perdono, me recuerdo. Y vuelven a mí los lugares que frecuento, las risas que me adeudo, la magia, las ganas de vivir, la esperanza.

A veces, muchas veces, al buscarme me gusta lo que encuentro, y me traen de vuelta los planes, los corazones en los que quienes amo me han hecho campo, los días de gloria, las mañanas sin prisa.

Cuando me voy de mí, extraño mi recurrente sonrisa, mis anhelos siempre vivos, mis maneras, mis locuras. Cuando me voy de mí, me doy un tiempo para realmente irme, y cuando vuelvo, realmente regreso; y entiendo que la vida es esto, empezar siempre de nuevo.