Este es un artículo que a los ojos y al alma de quienes los lean, ha debido ser escrito, quizás, por una persona mayor, con un matrimonio e hijos de varios años encima, o brevemente con grandes historias de triunfos y derrotas en el amor. Pero resulta que está siendo escrito por mí, a mis treinta años, parada en lo que llamamos también: las mieles del amor. Y está siendo escrito para ustedes, cada uno desde su momento, con la misma incertidumbre que me abraza a mi y que me ha hecho siempre seguir yendo encontra de quien dice que el enamoramiento dura solo dos años y que después de ello sigue la costumbre. Sí. Yo quiero desmentir eso en las líneas que siguen a continuación; no porque vaya a hablar solamente del amor perfecto (el cual no conozco), sino porque creo que la vida es un proyecto, así como lo es el amor y todo lo lindo que viene con él.
Así que permítanme llegar a ustedes simplemente con el corazón, como normalmente lo hago, para que reflexionemos juntos sobre algo que al final, lo estemos viviendo ahora o no, nos va a llegar, o quizás ya nos ha pasado.
Tengo una relación hace 5 años y 6 meses exactamente, vivo con mi novio hace 2 años y 4 meses exactamente, y estamos comprometidos en matrimonio hace 4 meses, exactamente. Cosa que quiere decir que si todo va bien llegaré a ser la señora de 50 años de casada y con hijos. (Préndanme velitas para que asi sea) Y les comparto esto porque de una u otra forma si voy a hablarles no sólo de lo que creo sino de lo que vivo a diario, y muy importante en todo este tema del amor: lo que soñamos todos a diario, cuando de amor se trata.
Primero quitémonos de la cabeza que sea difícil mantener el enamoramiento en una vida de pareja, por más que tengas rutinas que se generen con la convivencia o en el fluir normal de las relaciones, el enamoramiento y el amor en si están por encima de ello.
Es más, ¿A qué horas alguien dijo que las rutinas eran malas para el amor? ¿Que si haces lo mismo varios días seguidos se va a apagar?
Por favor, eliminemos esas ideas de la cabeza. Las rutinas no son malas, las rutinas nos generan hábitos, que cuando son benéficos hacen incluso que la vida, los días y las relaciones tengan sentido. Ese despertar juntos, el beso de las buenas noches, sentarnos juntos a almorzar, cocinar juntos, el momento de ver una película, hablar de cosas de los dos, eso es rutinario. SÍ. ¿Y acaso no es eso de las cosas más lindas que tiene el amor? Tener la seguridad de tener a alguien que responde a tus llamados, que se emociona por tus alegrías, que se enfurece por tus errores, o que simplemente te espera ansioso para continuar el día.
Las rutinas no son enemigas del amor, el amor también está contenido en esas cosas lindas que se crean entre dos, y que normalmente no sólo pasan una vez, sino que te van construyendo, a veces sin darte cuenta, una vida, que por lo regular amas.
Ahora, que el amor puede irse por una ventana cuando hago que la rutina lo sobrepase, también es cierto.
No somos robots, no queremos caer en pensamientos que simplemente concluyan que ya no podemos esperar más cosas de quien nos acompaña, o cuando de parte nuestra no nace una motivación especial ya sea por sorprender al otro o por demostrarle diariamente la felicidad que nos produce poder compartirlo todo.
Cuando nos enamoramos, no escogemos a alguien porque simplemente esté bien para nosotros y porque nos genere seguridad. El amor, cuando empieza, cuando crece, cuando envejece, siempre tiene su origen en la piel, en los ojos brillosos y la emoción de planear algo con alguien, en dar las gracias por tenernos el uno al otro al lado, siempre, incluso en la rutinas.
No amas a alguien simplemente porque el tiempo te lo pida, o porque haya resultado ser tu camino más estable. No tenemos mil vidas como para decidir que una de ellas la vamos a vivir con alquien que simplemente nos hace bien, y listo. El amor sin que te emocione es el tiquete de entrada a ese lugar sombrío de la costumbre donde prácticamente nadie quiere llegar.
¿Cómo sé que no estoy llegando allá?
No se trata de la Luna de miel eterna, o mejor aún, de la paz eterna, el amor verdadero también tiene guerras, pero es justo en las guerras donde descubres si estás ahí por amor, o porque definitivamente te acostumbraste al otro, sin más que una vida armada que quizás no sea la que te hace vibrar.
Creo en las guerras del amor, creo que las conversaciones profundas aunque a veces se suban de tono, te hacen ver el sentimiento que tienes por ese otro, cuando después de una pelea lo que concluyes es que quieres un abrazo y un beso que te devuelva la vida, cuando tienes claras las cosas en las que quizás nunca coincidan pero que al final los hacen ser lo que son; y cuando la piel sigue diciendo:
¡Qué fortuna tenerte, en mis mañanas, en mi rutina, tenerte!
Cuando tienes discusiones con alguien, y por el contrario el amor se ha ido evaporando, descubres que te esta jalando una costumbre porque detalles mínimos se van volviendo detonantes de grandes guerras, porque empiezan a aparecer los reproches sin sentido, o las demandas de cosas que quizás nunca han existido, y que ahora estás pidiendo que lleguen o que cambien porque simplemente no te estas gozando compartirte con ese otro.
El amor es un disfrute constante de darle al otro lo mejor de ti, sin quedarte esperando que todo vuelva como un boomerang.
Mientras que la costumbre por su parte es un check list en el que descansa la estabilidad pero mueren las ganas. Donde te sientes viviendo una y otra vez las mismas cosas sin sentido y dejas de ver lo que ocurre como un proceso de construcción y evolución para empezar a verlo como una misma escena de la película que alguna vez te gustó pero que ya te sabes de memoria y al final nunca cambia.
El amor no se trata de sentarte a ver esa película que una vez te gustó y saber absolutamente todo de ella.
Ese momento en que te vuelves un espectador de tu vida en pareja, y no un actor que puede irlo transformando todo, es el letrero grande que dice: Bienvenido a la costumbre, estás aquí porque temes ir por algo que te haga estremecer.
Así que sí, lamento informarles que no somos víctimas del tiempo, no se trata de: “Es que llevamos tanto tiempo que ya no importa.” O “No importa si no me esfuerzo porque igual no se va a ir, ¿A dónde se iría?”
¡Todos nos podemos ir! Así que cuando empiezas a dar el amor por sentado, también estas entrando en la costumbre. Porque nadie tiene asegurada la eternidad en el amor, ni siquiera después de haber dicho SÍ, ACEPTO. Y esa tambien es la magia, saber que esto que llamamos relaciones de pareja, son a la vez proyectos a largo plazo, que al igual que cualquier otra iniciativa vamos decorando a diario, vamos imagínandonos en el futuro, cuando logremos esto, cuando te salgan arrugas, cuando tengamos dudas, cuando nos sentemos a contarle de nosotros a los nietos, cuando de viejitos pensemos: ¿Viste como si lo logramos? Y lo logramos porque quisimos, no porque era simplemente lo correcto.
Esa es la gran diferencia que les quiero dejar hoy:
El amor no siempre es correcto, el amor tiembla, llora, rie a carcajadas, pero siempre termina en la piel, en el deseo furtivo de crecer junto al otro y de decorar lo que somos para que ninguno de los dos tenga deseos de florecer en otros jardines.
La costumbre te hace robotizar la vida, cuando empiezas a hacer las cosas por inercia y pierden sabor incluso las rutinass más simples, las mismas que un día pedimos vivir, y que ahora solo nos aburren.
Disfruten a quien tienen al lado, disfruten las rutinas que han creado juntos, y no olviden, nunca, antes de ir a dormir agradecer por una noche más, por un sueño más, porque cuando esto muere, muere el amor y empezamos a vivir en una realidad que está bien, pero no es la que nos hace sentirnos realmente vivos y agradecidos de haber triunfado y tener a quien una vez miramos enamorados caminando a nuestro lado.
“Te quiero para volvernos locos de risa, ebrios de nada y pasear sin prisa por las calles, eso sí, tomados de la mano, mejor dicho…del corazón”
Mario Benedetti.